Festivales de Cine
Lo que realmente exhiben.
Fernando Buen Abad Domínguez
Rebelión/Universidad de la Filosofía
Es un “lugar común”, que a veces vale la pena repetir, el que los “Festivales
de Cine” (también se llaman “Muestras”, “Competencias” o “Encuentros”) son una
gran escuela, frecuentemente
involuntaria, en la que se exhiben
los usos y los abusos del “cine”, es decir, los de sus autores, sus
destinatarios y sus intermediarios. Una escuela
en la que no todos quieren, o pueden, aprender
y en la que toda lección debe superar el examen
(siempre odioso) de las lentejuelas, los reflectores y las farándulas
dispuestas a invisibilizar, con efectismos, sus limitaciones antes que
comprometerse con los contenidos importantes. Los “Festivales de Cine” suelen
ser campo magnífico para aplicar aquello del “anchuroso mar de trabajos y, muchos de ellos, con un
centímetro de profundidad”.
Ya existe, desde luego, un repertorio rico en antídotos estereotipados
contra la crítica y crece una muy socorrida ruta de escape especializada en
transferir culpas y en negar
responsabilidades éticas, estéticas e ideológicas, cuando una o muchas
películas, exhibidas en “Festivales”, simplemente no reúnen los mínimos de
calidad, conceptual y formal, que la Historia del Cine ya ha fijado en su
propio desarrollo. Es verdad que no todo grupo de producción cinematográfica
cuenta con financiamientos suficientes y sin embargo eso no alcanza como
pretexto cuando las limitaciones económicas se expresan, incluso, como
limitaciones conceptuales. Y las muestran en las “pantallas grandes”.
Los organizadores “no se hacen responsables por los contenidos de los
filmes”, “los periodistas no se hacen responsables… bla,bla,bla…”; “los
exhibidores no se hacen responsables por los contenidos…” y así, hasta el
infinito. No obstante todos quieren meterle mano al “negocio” y no son pocos
los mecen, con ambición, la cuna del “éxito” y la “fama” desde la hora misma en
que su “opera prima” se inscribe en
alguno de los “Festivales” más famosos. Un torneo de apariencias y de
mascaradas mayormente fermentadas en los caldos de cultivo del “star system” modelo yanqui.
En una de sus expresiones más odiosas los “Festivales” son nido de
esnobismos, a granel, y pasarela de estulticias histéricas empeñadas en que no
se note la vacuidad, la vaguedad o la vaciedad de muchas las películas, de sus
autores y de los comerciantes, que suelen ser uno sólo, el mismo y único enredo
de vanidades mediocres. Gafas oscuras, sombreros fuera de lugar, de tiempo y de
circunstancia; trajes y vestidos con marcas exhibicionistas y gestos, muecas y
guiños ensayados hasta el hartazgo en los espejos de las egolatrías más
camufladas con simpatía y sex appeal
del mercado fílmico.
Ya sabemos que los “Festivales” son el (casi) único espacio de
exhibición para una multiplicidad de filmes que jamás llegarán a las pantallas
grandes, o chicas, porque no entraron,
ni entrarán, en las carteras ni en las carteleras de los distribuidores y los
publicistas que son, al final de cuentas, quienes deciden, “cortan el bacalao”,
es decir, quienes elijen el objeto y sujeto de sus designios mercantiles. Y
detrás de ellos, como falderos, no pocos cineastas van y vienen con sus fotos, brochures, tarjetas de negocios y
afiches… ansiando una limosna de fama y la bendición de una campaña promocional.
La nausea misma. Eso sí, sin perder las apariencias
que disimulan su servilismo con gestos de artistas “interesantes”. El derecho a
expresarse, el derecho a exhibir democráticamente la obra fílmica, el derecho
al arte y las responsabilidades sociales que todo ello implica, son basura a la
vista de los reyes y reyezuelos de la farándula fílmica. Ahí suele triunfar
quien más ingenio pone en el arte de
arrastrase y agradecer las palmaditas del amo cinematográfico.
Siempre hay que detenerse a subrayar las excepciones de los
“Festivales” que marcan diferencias frente a las reglas dominantes bajo el
capitalismo. Hay “Festivales” que se realizan, incluso sin red de contención
financiera, por fuera de los circuitos mercantiles y eso modifica y combate, en
buena manera, la trama de las vanidades o las petulancias que no necesariamente
se extinguen o se ahuyentan porque un “Festival” esté lejos o en contra de los modelos mercenarios de la cinematografía.
Incluso algunos “Festivales” de auspicio gubernamental, han logrado con buen
éxito liberarse de muchos fardos y contagios provenientes de los modelos
burgueses de la mercancía fílmica. Pero no son muchos. Los pocos son sumamente
apreciados y poco promocionados.
Están por venir los
mejores “Festivales” en los que las verdaderas estrellas sean los filmes y la
hondura de sus temas. Que los jurados, en franca extinción, sólo tengan el
poder de un método transparente, consensuado y democrático para una crítica que
se comprometa con la calidad y con la multiplicación del cine en todas sus
mejores virtudes e influencias sociales. “Festivales” tributarios del ascenso
de la conciencia y combatientes de lo pueril o lo superfluo. “Festivales” de
nuevo género en los que su carácter de “escuela” de verdad enseñe a disfrutar
un arte que está en pañales y una herramienta de condimento cuyos poderes no
sólo están por descubrirse sino que también están por democratizarse.
Quizá, pronto, tengamos protocolos internacionales para que los
“Festivales” se ciñan, con rigor, a las exigencias técnicas que el cine ha
desarrollado para su mejor disfrute. Protocolos para la calidad del sonido, la
calidad de la intensidad lumínica, la comodidad de los asientos, la provisión
de información y la garantía de exhibición sin asfixiarnos en salas insalubres,
diminutas y saturadas. Sin abusar de los costos. Quizá, pronto, tengamos
metodología para el análisis cinematográfico sin jergas ni oscurantismos de intelectuales snob y que sirvan para que los “jurados” seamos todos, armados con
parámetros no uniformes pero sí consensuados en la praxis del mirar
críticamente. Quizá, pronto tengamos información y publicaciones no sólo con fechas
de exhibición sino compendios de datos y opiniones fundadas en método y en
compromiso político que, verdaderamente, sean libertad de expresión esta vez
con las herramientas del cine. Ojala, pronto, tengamos avances organizativos y
cualitativos no sólo de las películas, sus aspectos económico-técnicos y sus
aspectos teóricos sino, también, avances en las formas de exhibir y
democratizar los “Festivales” con su ser escuela
de y para cineastas y cinéfilos transformadores
de la realidad. Esa película no la hemos visto.
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