lunes, 29 de enero de 2024



    NETFLIX: LA ANTIPOLÍTICA COMO ENTRETENIMIENTO. 
            FERNANDO BUEN ABAD DOMÍNGUEZ
        Ya hoy es virtualmente inabarcable la cantidad de producciones, propias o ajenas, que “vende” la empresa Netflix. Otra cosa es la calidad. Se trata de un festín audiovisual variopinto signado por altibajos e irregularidades de todo género y en donde la falencia dominante es la superficialidad de sus contenidos. Con algunas honrosas excepciones. Quizá lo único en lo que profundizan es en el discurso de la anti-política. Así, a veces, se disfrazan de “progres”. La no siempre confiable Wikipedia dice: “Netflix, Inc. es una empresa comercial estadounidense de entretenimiento que proporciona mediante tarifa plana mensual streaming (flujo) multimedia (principalmente, películas y series de televisión) bajo demanda por Internet…”

    No será objeto de estudio aquí la paupérrima calidad de las “reseñas”, las traducciones ni los “doblajes”. No será parada extensa el método de clasificación de géneros ni la desorganización frecuente de títulos. No será objeto de trabajo la asimétrica calidad de las producciones ni su “fordismo audiovisual” impuesto para saciar el hambre espectacular de los usuarios. Asuntos, por cierto, que parecen no ser de interés para la masa inmensa de suscripciones que hoy disfrutan su Netflix incluso como una nueva “adicción” simpática. Importa aquí el flujo ideológico que transita impune (a veces imperceptible) gracias al “vehículo excipiente” llamado “entretenimiento”.  Paremos un poco en la anti-política.

    Pocas cosas parecen más urgentes, para las burguesías, que ahuyentar a las masas de cualquier interés por participar desde las bases en “política” (y en su transformación democrático-participativa de manera radical). Ha sido histórico el beneficio que las burguesías le arrancan a la abulia, el desinterés y la alergia fabricada para que los pueblos odien a la “política” y a los “políticos”. Cuanto más se desprestigiada la “política” más contentos se ponen los oligarcas porque consiguen así que los pueblos dejen vacío un territorio (que les es propio) y que queda usurpado por los “poderosos” para reinar a sus anchas mientras la gente los odia pero con apatía. Por decir lo más suave. Se trata de un desprestigio rentable y morboso que produce dos efectos (al menos) muy jugosos: por una parte deja abierta la esperanza del “cambio” y la “libertad” (palabras que la burguesía manosea a destajo) y permite hacer del estercolero de corrupción burguesa, sus crímenes, su servilismo y su entreguismo un espectáculo y un negocio muy rentable. Y lo pasan por la “tele” y parece muy “porgre”. 

    Lenin entendió con claridad el tráfico ideológico y las formas más sofisticadas de sus mascaradas en las esferas “intelectuales” y en las esferas “populares”.  Lo publicó, también, en su “Materialismo y Empiriocriticismo” y dejó ver cómo, bajo el epíteto de “novísimo”, se trafican las más añejas y rancias ideologías chatarra. En todos los casos brilla la intencionalidad enajenante que la burguesía imprime a lo que fabrica para el “populacho”, eso quiere decir intencionalidad que convierte en ajenos y en enemigos, de sí y de sus derechos, a los verdaderos dueños de la riqueza: la clase trabajadora. En eso consiste la anti-política, dicho de manera elemental, cuando el “ser social” humano se desfigura con individualismo frenético y se ahoga en nihilismo escéptico pero disfrazado como razón superadora. “No creo en políticos ni en política”, soy “apolítico”, la “política no me interesa”, “que se vayan todos”… un repertorio de “clichés” fabricado para que se repitan mundial e irreflexivamente. Mientras tanto los “políticos” felices. Algunos hacen películas y series.

    En Netflix circula la anti-política libremente. Como si se tratara de una casa hecha a medida para tener contentos a todos (es decir entretenidos) con el espectáculo audiovisual de la corrupción, la trampa, las traiciones, las bajezas, el servilismo y la humillación que producen la política y los políticos del capitalismo. Una y otra vez se ve el repertorio completo de la decadencia burguesa que convence al “público” de que más vale estar lejos de eso “putrefacto” que incluye alejarse de su derecho a modificarlo, a hacerlo diferente. Otro modo de hacer política proponen algunos. Y salvo que aquí se exagere el asunto (cosa nada improbable) Netflix ha sabido halagar a muchos paladares (adictos o no a su menú auto-programable) y ha conseguido expandir los placeres del nihilismo al goce audiovisual en privado. Reinan entre sus grandes logros anti-política “House of Cards” y todas las sucedáneas (películas o series) en las que la “política” o los “políticos” son protagonistas héroes de la anti-heroicidad.

    Por fortuna no todo mundo tiene Netflix y la política es una condición de lo humano bastante más valiosa y necesaria de lo que quieren o dicen los ideólogos y las ideologías oligarcas. La política necesitar una revolución en su pragmática para convertirse en producción social de premisas y condiciones en la transformación tanto de la Historia como de la lógica, la ética, la estética y la poética en el modo de producción y en las relaciones de producción. Política debe significar no transa y contubernio entre mafiosos; no gerencias burguesas sino, transformación crítica y práctica de la sociedad en su dimensión económica, cultural y comunicacional con especial énfasis en un humanismo nuevo: socialista.

    Hacer de la Política una praxis, un motor para salir del capitalismo y una herramienta crítica incluso de sí misma: “Criticar sin contemplaciones todo lo que existe; sin contemplaciones en el sentido de que la crítica no se asuste ni de sus consecuencias ni de entrar en conflicto con los poderes establecidos” (Carlos Marx carta a Arnold Ruge). Política como obra colectiva para que nada impida basar la praxis social, incluso, en la crítica (y en la critica de la crítica) a la política, en la toma de partido por la humanidad a toda costa, es decir en sus luchas reales, e identificarnos solidariamente con ellas y en ellas. (Rodolfo Puiggros) Sólo así tendrá sentido nuevo la Política lejos de su acepción burguesa porque enfrentamos la transformación de un mundo devastado, en gran peligro y asfixiado doctrinariamente. Nos urge la Política partiendo de principios desarrollados desde la práctica emancipadora. Con actitud emancipadora permanente como consigna de la lucha.

    Nadie deje de ver su Netflix pero nadie deje los principios afuera de las pantallas. Hay que mirar emancipadoramente. La conciencia de la Política es algo que no podemos dejar en manos de los comerciantes de espectáculos por más que se insista cierta idea, tramposa, en que el placer audiovisual es, también, a-político.

lunes, 13 de junio de 2016

¿Qué hay de nuevo doc?
Reformismo (también) en los lenguajes audiovisuales.
Fernando Buen Abad Domínguez
Rebelión/Universidad de la Filosofía
Victimado por el novedosísmo de mercado el “lenguaje audiovisual”, en todas sus presentaciones, cruza por el pantano de la repetición insana. Es una tara esclerotizada que suele disfrazarse como genialidad creativa para que siga funcionando el consumismo en los negocios de la imagen y el sonido. El último resquicio, o casi, para sorprender al “público” es contar con su ignorancia para exhibirle, envueltas en parafernalias publicitarias, viejas fórmulas re-manidas con trucos y trucajes narrativos manoseados hasta el hartazgo. Expresión grave de la crisis de sobreproducción en general y en particular.
También el reformismo fundamentalista que “cambia” todo para que nada cambie, hace de las suyas en la producción audiovisual (cine, t.v., video y todos sus derivados y conexos) ¿Y quién regula esto? Una y otra vez, van y vienen las generaciones de cinéfilos, videastas, publicistas, blogueros (o como se llamen) empeñados en ofrecer eso “nuevo” que creen haber encontrado entre los pantanales de la mediocridad con que se educan, con que filosofan al mundo y con que enuncian lo que creen que vale la pena ser enunciado. Y aspiran a que sea visto y disfrutado (u odiado) por “públicos masivos” como si fuese poca la impudicia. Honremos, por método, a las (raras) excepciones.
Ese negocio basado en producir piezas audiovisuales (en todos sus géneros desde el videoclip hasta el largometraje “Grand premier”) tiene, de suyo, la exigencia despiadada de entregar al mercado su “producción creativa”. Exigencia de obras llamativas, seductoras, interesantes o novedosas para habilitarse a ganar en un mercado donde compiten millones de productos. Sueñan con “triunfar” en una industria que no se detiene ni un minuto y que devora, sin cesar, toda chispa de creatividad en menos tiempo del que toma producirla. La línea de producción devorada por la línea de consumo.
Pero esa “creatividad” está secuestrada en los márgenes del “gusto” predominante porque de lo que se trata es de vender -a muchos- la mercancía audiovisual fabricada para millones y millones que, en todo el mundo, compran cultura industrializada sin chistar. En todo caso, esos “márgenes” del gusto son parámetros de taquilla, de “raiting” o de mercadotecnia, que aceptan audacias sólo si devienen ganancias en sus expresiones ideológicas y monetarias. Con el sentido del “gusto” prefabricado para el mercado, lo creativo se solaza en ser repetitivo, especialmente en el abuso del efectismo y los trucajes que no parecen tener más límites que las limitaciones estéticas e ideológicas de sus productores y sus receptores. La moral burguesa sigue siendo la misma. Y esas limitaciones no son otras que las del mercado burgués, su ideología chatarra y sus intereses de clase. Lo nuevo entonces es una trampa estética maquilladora de lo mismo para licenciar las taras narrativas mercantiles como baluartes de la creatividad del establishment. Y en esos márgenes hay que moverse si se quiere ser hijo predilecto de los medios y generador eficiente de ganancia para la industria. O sea, nada nuevo.
Ni los ritmos, ni las texturas, ni los maquillajes ni las miles de canalladas inventadas sobre la mesa para atrapar la atención de los “espectadores”, ocultan la desesperación de los mercados y sus monopolios por adueñarse del territorio comercial y del territorio emocional de sus “target”. En eso, todos hacen exactamente lo mismo, diariamente y sin descanso. No importa si eso satura o sobresatura, si eso engaña o desconcierta, si defrauda o si enferma. Aunque lo vendan como “nuevo”, todos fabricarán las mismas estructuras narrativas con los mismos tiempos de pantalla, los mismos anunciantes, los mismos valores protagonistas y las mismas “moralejas” de un discurso tautológico pronunciado en el callejón sin salida del capitalismo y su ética opresora.
Por ejemplo. Lo único nuevo, si ha de serlo, es aquello que no hemos visto, es decir, la emancipación de los seres humanos que derrotan al capitalismo, paso a paso, en todos sus frentes y definitivamente. Objetiva y subjetivamente. Lo nuevo es dejar de usar el discurso del patrón y sus relojes. Su ética y su estética.  Lo nuevo es dejar de pensar en la vida secuestrada por el salario del amo. Lo nuevo es imaginar un mundo ya sin los problemas que el capitalismo impone y debatir los problemas que nos impone desarrollarnos todos ser mejores todos en todo. Por ejemplo. Lo nuevo es la reclasificación de la realidad bajo los parámetros de una vida sin el opio de mercados religiosos, sin fundamentalismo de marcas, sin los “gustos” y sin lo “placeres” inoculados por un sistema enfermo de maldades, crímenes, humillaciones y violencia rentables. Lo nuevo es un mundo sin la propiedad privada de las herramientas para la subsistencia y sin el secuestro de nuestro tiempo vital. Eso nuevo impregnado por una ética y una estética porvenir, no es de interés comercial para la industria y sus feligresías audiovisualistas. No vende.
 El capitalismo es, también, una máquina de producir cansancios. Y eso nos tiene también muy cansados. Ellos lo saben e incluso han inventado espejismos para hacernos creer que produce descansos sólo que a precio de clase. Entre otros, nos ha vendido el espejismo de la industria del “entretenimiento” y del “espectáculo” que incluye a lo audiovisual como una forma del “esparcimiento”, de la “diversión” y del “descanso”. Y entonces, nos han convencido de consumir, cuantas veces ellos lo quieran, el mismo paquete ideológico cocinado por sus “creativos” audiovisuales en todo el mundo y bajo los mimos mecanismos de exhibición que son propiedad de los mismos fabricantes audiovisuales a lo largo del siglo XX y lo que va del XXI. Si la novedad es mirar por “on demand” y en un teléfono, lo que “cambió” es la capa entérica que se comportará igual que todas, como un callejón sin salida, hacia el mismo paquete de consumo ideológico burgués. Y ellos quieren que se los agradezcamos, que se los aplaudamos a rabiar y que aceptemos que siempre han tenido la razón en vendernos sus cuentas de vidrio alienantes como la novedad histórica, como la revelación de creatividad que nos deja satisfechos, como el ingenio que sólo ellos tienen. O dicho de otro modo, nada nuevo. 
La Cámara no es la Mirada
Imagen, luego existo.
Fernando Buen Abad Domínguez
Rebelión/Universidad de la Filosofía
Perogrulladas al margen, hay momentos en que viene bien recordar que los modos con que las “cámaras” muestran al mundo, son decisiones y recortes planificados por alguien que, desde su modo de ver, desde sus intereses o sus limitaciones, quiere que veamos. El mundo está infestado por cámaras que sirven a finalidades múltiples. Cámaras de televisión, de cine, de fotografía, de vigilancia, de espionaje… cámaras en estudios de filmación, en “cajeros automáticos”, en avenidas, en corbatas, en lápices… cámaras para el espectáculo y para el control. La realidad recortada  por el marco de una cámara.
Casi no existe actividad, individual o colectiva, donde las cámaras no estén presentes. Se ha consolidado una cultura de las cámaras, una especie de plagapor su presencia y por lo que “muestran”, que sistemáticamente impone una manera del conocimiento determinada por el “encuadre”, el movimiento, la profundidad, la nitidez o la quietud de una toma de camarógrafo o fotógrafo. Es una dictadura del modo de ver, una imposición que somete a la mirada a un modo de ver, de pensar y decidir qué debe hacerse visible, cómo debe verse y con qué determinaciones de mercado, de clase o de vigilancia. El poder controlando a los ojos.
La mirada, emancipada de las cámaras y de sus “encuadres”, se comporta muy distinto a cómo se comporta cuando contempla a la realidad. Mirar es más ancho, más hondo, más colorido y más directo. Más táctil. Es una experiencia que no necesita intermediarios ni segmentaciones. Mirar es un proceso del conocimiento, de la sobrevivencia, del desarrollo mismo de los individuos y del conjunto de sus relaciones sociales. Es una función fisiológica y es mucho más. Se mira en panorámico y en detalle en una red de funciones complejas que interactúan entre lo objetivo y lo subjetivo.
Esto implica, entre mil cosas, el desarrollo necesario de una ética de la mirada, es decir, fincar la investigación científica sobre el comportamiento de quienes recortan y exhiben los fragmentos de la realidad que eligen y fincar responsabilidades por ello. Exponer lo que la cámara ve no es una dádiva, no es un regalo de la filantropía ni un regalo de los cielos. Salvo casos excepcionales una cámara no registra por sí misma nada de lo que muestra. Se requiere que alguien la maneje, la instale y determine el campo visual que le conviene. Y detrás de cada campo visual elegido con sus “encuadres” y sus “registros” quien toma de la realidad fragmentos asume una responsabilidad que no es inocente, que es siempre ideológica, que tiene carga ética y estética. Y el problema se multiplica según se multiplican los millones de cámaras que se encienden de noche y de día para constituir un universo fragmentado con “encuadres” visuales. Punto especial merece, al menos una mención, sobre la manipulación descarada de “tomas” para que se vean o se invisibilicen las protestas sociales y la situación objetiva de las batallas territoriales.
El alfabeto visual de los “close up” (primeros planos) o las tomas panorámicas con todos sus intermedios y gradaciones, es el alfabeto de un discurso de la imagen que nada tiene de inocente y nada tiene de inocuo. Es el desarrollo de una forma tecnificada de intervenir sobre la realidad y sobre las conciencias no sólo con el poder de la fragmentación sino con el poder de la articulación de fragmentos haciéndolos pasar como el todo. Y eso con frecuencia s parece o se confunde con la mentira. Nada nuevo hasta aquí.
La fase más peligrosa, por la reducción de la mirada a lo visible en una “toma”, es la hipótesis alienante de soñar con enceguecer a los pueblos si se apagan las cámaras. Es la moraleja subterránea que grita, a los cuatro vientos, que sólo existes cuando alguien te hace visible, cuando te encuadra y cuando te separa de la realidad con el recorte de una cámara. ¿Es una exageración? Es el colmo.
También es bueno explicar que no se trata aquí de alentar negaciones, odios ni venganzas contra el desarrollo tecnológico de instrumentos para registro visual. Imposible negar el aporte que ha significado para la ciencia, para las artes, para la política y para educación (por ejemplo). Imposible invisibilizar la contribución que el conocimiento humano ha recibido por el despliegue de cámaras en los terrenos donde nadie o muy pocos llegan, en lo terrestre y lo extra-terrestre.
Lo que habría que someter a debate filosófico, ético, epistemológico y político es esa forma del uso que ha hecho de las cámaras, voluntaria o involuntariamente, una fuente del conocimiento, una didáctica de la realidad, una puente de interacción con recortes que jamás se comportarán como un rompecabezas, que jamás logarán sustituir al todo ni por la dialéctica de un conjunto de interrelaciones que no pueden ser satisfechas sólo con los registros fragmentarios a los que está condenada por definición una cámara. Y es que lo único capaz de completar el paisaje es la inteligencia humana que, por ser social, universaliza y sintetiza su relación con la materia concreta y sus experiencias transformadoras. Eso no está al alcance de cámara alguna. Y menos mal.  

viernes, 23 de mayo de 2014


Festivales de Cine
Lo que realmente exhiben.
Fernando Buen Abad Domínguez
Rebelión/Universidad de la Filosofía
Es un “lugar común”, que a veces vale la pena repetir, el que los “Festivales de Cine” (también se llaman “Muestras”, “Competencias” o “Encuentros”) son una gran escuela, frecuentemente involuntaria, en la que se exhiben  los usos y los abusos del “cine”, es decir, los de sus autores, sus destinatarios y sus intermediarios. Una escuela en la que no todos quieren, o pueden, aprender y en la que toda lección debe superar el examen (siempre odioso) de las lentejuelas, los reflectores y las farándulas dispuestas a invisibilizar, con efectismos, sus limitaciones antes que comprometerse con los contenidos importantes. Los “Festivales de Cine” suelen ser campo magnífico para aplicar aquello del “anchuroso mar de trabajos y, muchos de ellos, con un centímetro de profundidad”.
Ya existe, desde luego, un repertorio rico en antídotos estereotipados contra la crítica y crece una muy socorrida ruta de escape especializada en transferir culpas y en negar responsabilidades éticas, estéticas e ideológicas, cuando una o muchas películas, exhibidas en “Festivales”, simplemente no reúnen los mínimos de calidad, conceptual y formal, que la Historia del Cine ya ha fijado en su propio desarrollo. Es verdad que no todo grupo de producción cinematográfica cuenta con financiamientos suficientes y sin embargo eso no alcanza como pretexto cuando las limitaciones económicas se expresan, incluso, como limitaciones conceptuales. Y las muestran en las “pantallas grandes”.
Los organizadores “no se hacen responsables por los contenidos de los filmes”, “los periodistas no se hacen responsables… bla,bla,bla…”; “los exhibidores no se hacen responsables por los contenidos…” y así, hasta el infinito. No obstante todos quieren meterle mano al “negocio” y no son pocos los mecen, con ambición, la cuna del “éxito” y la “fama” desde la hora misma en que su “opera prima” se inscribe en alguno de los “Festivales” más famosos. Un torneo de apariencias y de mascaradas mayormente fermentadas en los caldos de cultivo del “star system” modelo yanqui.
En una de sus expresiones más odiosas los “Festivales” son nido de esnobismos, a granel, y pasarela de estulticias histéricas empeñadas en que no se note la vacuidad, la vaguedad o la vaciedad de muchas las películas, de sus autores y de los comerciantes, que suelen ser uno sólo, el mismo y único enredo de vanidades mediocres. Gafas oscuras, sombreros fuera de lugar, de tiempo y de circunstancia; trajes y vestidos con marcas exhibicionistas y gestos, muecas y guiños ensayados hasta el hartazgo en los espejos de las egolatrías más camufladas con simpatía y sex appeal del mercado fílmico.  
Ya sabemos que los “Festivales” son el (casi) único espacio de exhibición para una multiplicidad de filmes que jamás llegarán a las pantallas grandes, o chicas, porque no entraron, ni entrarán, en las carteras ni en las carteleras de los distribuidores y los publicistas que son, al final de cuentas, quienes deciden, “cortan el bacalao”, es decir, quienes elijen el objeto y sujeto de sus designios mercantiles. Y detrás de ellos, como falderos, no pocos cineastas van y vienen con sus fotos, brochures, tarjetas de negocios y afiches… ansiando una limosna de fama y la bendición de una campaña promocional. La nausea misma. Eso sí, sin perder las apariencias que disimulan su servilismo con gestos de artistas “interesantes”. El derecho a expresarse, el derecho a exhibir democráticamente la obra fílmica, el derecho al arte y las responsabilidades sociales que todo ello implica, son basura a la vista de los reyes y reyezuelos de la farándula fílmica. Ahí suele triunfar quien más ingenio pone en el arte de arrastrase y agradecer las palmaditas del amo cinematográfico.
Siempre hay que detenerse a subrayar las excepciones de los “Festivales” que marcan diferencias frente a las reglas dominantes bajo el capitalismo. Hay “Festivales” que se realizan, incluso sin red de contención financiera, por fuera de los circuitos mercantiles y eso modifica y combate, en buena manera, la trama de las vanidades o las petulancias que no necesariamente se extinguen o se ahuyentan porque un “Festival” esté lejos o en contra de los modelos mercenarios de la cinematografía. Incluso algunos “Festivales” de auspicio gubernamental, han logrado con buen éxito liberarse de muchos fardos y contagios provenientes de los modelos burgueses de la mercancía fílmica. Pero no son muchos. Los pocos son sumamente apreciados y poco promocionados.
 Están por venir los mejores “Festivales” en los que las verdaderas estrellas sean los filmes y la hondura de sus temas. Que los jurados, en franca extinción, sólo tengan el poder de un método transparente, consensuado y democrático para una crítica que se comprometa con la calidad y con la multiplicación del cine en todas sus mejores virtudes e influencias sociales. “Festivales” tributarios del ascenso de la conciencia y combatientes de lo pueril o lo superfluo. “Festivales” de nuevo género en los que su carácter de “escuela” de verdad enseñe a disfrutar un arte que está en pañales y una herramienta de condimento cuyos poderes no sólo están por descubrirse sino que también están por democratizarse.

Quizá, pronto, tengamos protocolos internacionales para que los “Festivales” se ciñan, con rigor, a las exigencias técnicas que el cine ha desarrollado para su mejor disfrute. Protocolos para la calidad del sonido, la calidad de la intensidad lumínica, la comodidad de los asientos, la provisión de información y la garantía de exhibición sin asfixiarnos en salas insalubres, diminutas y saturadas. Sin abusar de los costos. Quizá, pronto, tengamos metodología para el análisis cinematográfico sin jergas ni oscurantismos de intelectuales snob y que sirvan para que los “jurados” seamos todos, armados con parámetros no uniformes pero sí consensuados en la praxis del mirar críticamente. Quizá, pronto tengamos información y publicaciones no sólo con fechas de exhibición sino compendios de datos y opiniones fundadas en método y en compromiso político que, verdaderamente, sean libertad de expresión esta vez con las herramientas del cine. Ojala, pronto, tengamos avances organizativos y cualitativos no sólo de las películas, sus aspectos económico-técnicos y sus aspectos teóricos sino, también, avances en las formas de exhibir y democratizar los “Festivales” con su ser escuela de y para cineastas y cinéfilos transformadores de la realidad. Esa película no la hemos visto.

domingo, 27 de abril de 2014

Películas de Terror



Películas de Terror
El miedo es un negocio (también)
Fernando Buen Abad Domínguez

Detrás de cada “Película de Terror” hay un guionista (o varios), hay técnicos, maquillistas, iluminadores, especialistas en “efectos especiales”… y, sobre todo, hay un presupuesto, dinero, cálculos comerciales y propósitos de recaudación... una industria. Es preciso recordar que se trata de un negocio para comerciar con miedo farandulizado, hasta el hartazgo, por obra y gracia de maniobras burguesas cada vez más estereotipadas y tecnificadas. ¡Que miedo!.
La cosa es simple. Uno o varios comerciantes cinematográficos, basados en sus intuiciones geniales y comerciales, aprovechan que tenemos debilidades o temores y que, con una ayuda, pueden descontrolarse y llevarnos al espanto. Eso, si se exhibe en salas públicas, con publicidad fuerte (hasta en un 70% del presupuesto) y mediana verosimilitud, se convierte en un placer voyeurista del que alguien saca provecho bancario. Y nada importa qué tan cerca del ridículo pase la historia si conecta con alguna fobia, o con una fijación o inseguridad de complejidad diversa. Todo, si asusta, es susceptible de ser manoseado ni importa que sean jeringas, sombras de árboles, insectos, reptiles, muñecos, pájaros, niñas adultas, ancianitas infantiles, marcianos, terrícolas o seres que nunca vimos ni vemos. Unos cuantos violines angustiosos, una especie de Halloween omnipresente e interminable, clichés a mansalva y gritos sorpresa… ¿qué nos falta?

De las cabezas de los comerciantes cinematográficos, y de sus intereses ideológicos, supura una enorme lista de atrocidades que llevadas a la pantalla, han desplegado repertorios de maldad que no es sólo fílmica sino sistémica… o dicho de otro modo, del capitalismo y su “literatura” de ficción. Y es tan amplio ese repertorio, es tan compleja su densidad simbólica y es, paradójicamente tan simple, que de esa dicotomía se desprende el más transparente de los retratos de la ideología de la clase dominante. El “más allá” y el más acá de la burguesía se pone a la vista de todos para darnos miedo mientras lo financiamos en masa. De terror.

En su parte más perversa ese “placer” cinematográfico sangriento, metafísico, extra-terrestre o de cualquier manera combinada y exagerada, se fija como parámetro que ha ido recorriendo sus fronteras al ritmo de la inventiva perversa de los fabricantes de películas. No hay límites. Se trata de ganar el mercado y de recaudar, a cualquier precio, fortunas ingentes sin importar los residuos perversos que se dejan sobre los pueblos, es decir en sus cabezas, tras cada temporada de “cine de terror” en todos sus medios y sentidos, capitalistas.

Lo fácil, para algunos, es apelar al reduccionismo snob que se deleita con poses, publicaciones, series televisivas o palabrería culterana adorando, de manera atomizada, la creatividad o la obra fílmica de uno o varios payasos de moda que hacen del terror la marca indeleble en sus negocios. Hay especialistas en el “genero” cinematográfico y su especialidad como fabricantes, como críticos, como investigadores o como publicistas, despliega una variedad inagotable de episodios horrendos… en verdad horrendos. Es la ideología de la clase dominante y nada de esa industria del terror es ingenuo ni inofensivo. Lo saben los laboratorios de guerra psicológica contra los pueblos.

Ese negocio se expande y se inocula, en cuanto medio ve a la mano, para asentar sus efectos en los públicos más diversos y en las circunstancias más inopinadas. Sólo en su versión de “videojuegos”, la industria del terror maneja ganancias por cientos de millones de dólares en cada una de sus aventuras. “Resident Evil” es uno de los “juegos de horror” más exitosos. Ahora dicen que “The Conjuring”, basada en una “historia real”, en la que fueron invertidos 20 millones, recaudó ya, en sólo un par de semanas, 100 millones de dólares de las taquillas yanquis “y recibió buenas críticas de la prensa”, pagada por los productores, claro.

El verdadero argumento de la mega historia aterrorizante que nos inoculan, impúdica e impunemente, bien pudiera decir: Una fuerza maligna se apodera de los habitantes de varias ciudades, todos en horarios similares y con motivos que desconocen, se ven impelidos a vaciar sus bolsillos a la entrada de los cines. Dejan el producto de su trabajo en manos de unos comerciantes de imágenes que ha logrado hipnotizar a las masas obligándolas a disfrutar sus peores miedos y a llevarse a casa, y para siempre, las imágenes más terribles que, tarde o temprano, servirán para anestesiar sus cerebros cuando, en la vida real, aparezcan horrores similares (o peores) a los que ya han visto en los cines y a raudales. Esa es la gran película de terror que está escribiéndose a diario en cines, televisoras, videojuegos… libros, páginas Web y mensajes por telefonía celular. Eso asusta.


No se trata de un “entretenimiento” ingenuo, el “Cine de Terror” nos pone “los pelos de punta”. Algunos estudios dicen, sin lograr que las cifras en verdad nos impacten y asusten, que un niño o niña promedio en nivel de educación primaria, ha visto, por uno u otro medio, al menos ocho mil asesinatos y alrededor de cien mil actos de violencia de género diverso. Cuando ese niño o niña se ha vuelto adulto, las cifras se hacen monstruosas y empeora el problema si se ha convertido adicto audiovisual a sus miedos y a los de otros. El placer por las historias de terror, estudiado de mil maneras por especialistas diversos, no es ajeno a la lucha de clases ni en su contenido, ni en su producción, ni en sus resultados. Incluso cuando se trata del juego ingenuo de contarse historias de espantos en las reuniones familiares o cuando se trata de maldades cándidas que asustan a los parientes y a los amigos. El miedo es cosa seria y el que se dispone a imponerlo a otros, debe cargar el monto de responsabilidad que le quepa, ya lo haga por, “arte”, por chiste o por lucro. ¿Eso asusta?

miércoles, 9 de abril de 2014


A propósito de la Producción de Imágenes Documentales
Muchos documentalistas se han dedicado a contemplar al mundo… de lo que se trata es de transformarlo
Fernando Buen Abad Domínguez
F.I.L.M.

“A esta situación responde la bagatela conformista que hace furor en los últimos años”[1].
No pocos se desvelan para producir Imágenes Documentales como una mercancía igual a cualquier otra. Sujetan su selección temática y su razón estética al modo de producción, distribución y consumo impuestos por la industria audiovisual capitalista. Dotan a su obra con los atributos pertinentes para que circule sin turbulencias en del intercambio comercial e ideológico de las burguesías. Producen documentales políticamente correctos, con pinceladitas progres, acentos categóricos, regateo de fundamentos y mucho “eslalon” político, para no chocar con el gusto de quienes firman los cheques. La verdad no es la pasión de muchos.
Hambrientos de cierta fama y del dinero fácil curten el empirismo más vulgar, el esnobismo intelectauloide y la demagogia más hipócrita que los arropa. Y se hacen pasar por buenos muchachos mientras estiran la mano en las antesalas de las burocracias para probar si el calibre de la dadiva asegura un buen silencio cómplice. Son los primeros en aplaudir a rabiar las buenas obras de algunos funcionarios (amigos). Después salen en la tele, ocupan las pantallas de los cines unas semanas y se van de gira pontificando su esfuerzo denodado fincado en la genuflexión prolongada y la bajada rápida de los pantalones. Muchas aulas están plagadas de profes y alumnos fraguados en el rigor del oportunismo mercenario.
Se los ve con frecuencia infestar los festivales y las muestras, van con sus tarjetitas de negocios, sus copias promocionales, su sonrisa de ocasión y su mano amiga desinfectada de política para saludar cualquier charla aséptica, de “buen gusto”, de sondeo comercial… sin ideologizaciones de esas que ahuyentan al cliente. Documentalistas de salón acicalados con el barniz cortesano que da glamour a la hora de levantar las copas y brindar por el “Nuevo Cine Documental” del que se creen mentores. Reptan con el cometido sistemático de salir de las reuniones sólo cuando un número promisorio de “buenos contactos” garantice un pliegue más de esperanzas para el trabajito que tienen en marcha o para el que, oportunamente, se ofrezca al calor de la plática… total todo se arregla con unas entrevistas aquí y allá, un par de detalles emotivos, cortes directos y rápidos, movimientos realistas con la cámara… y un final fuerte pero sin compromisos. Con el tiempo televisivo en mente, claro, por si se interesa en comprar la obra documental al vapor algún canal de esos un tanto “intelectuales”.
Esos Documentalistas son buenos para mantenerse peleados entre todos sin romper la multiplicación de las camarillas que, unas a otras, se suceden en el reacomodo de los negociados, los créditos, los préstamos y las becas. Son buenos para la palabrería con fachada erudita, son hábiles para las sumas y las restas, son veloces para la componenda y son perfectos para el parasitismo. Cámara en mano. No son lo que se necesita para la transformación del mundo, para la guerra contra la alienación ni para la lucha de los trabajadores para derrotar a capitalismo. Aunque hagan documentales con “buena calidad” formal.
Ahora arrecian los pleitos por todas partes. Está de moda. Se acusan unos a otros de “traidores”, de “vendidos”, de “irrespetuosos”. Todos piensan que es el otro el que no comprende la realidad y se lanzan descalificaciones a mansalva. Algunos se ponen el primer disfraz de vanguardia que la oportunidad les pone a modo… otros juegan a ser conservadores pensando en el mañana… muchos son sólo comparsa atenta a la captura de algún sobrante que les tiren los líderes. Arrecian los pleitos en la medida en que se recortan los presupuestos oficiales y privados, en la medida en que la cobija alcanza para menos, en la medida en que las prebendas merman. Arrecian los vituperios en la mediad en que el otro no es un compañero sino un competidor. Lógica de comerciantes.
Contra esta payasada vulgar protagonizada por petulantes de la producción documentalista emerge una generación de documentalistas en lucha capaces de trabajar por la organización de los trabajadores como trabajadores ellos mismos y empeñados por el ascenso de la conciencia revolucionaria. Se trata de una fuerza nueva que, en grados diversos, toma posiciones y mejora sus herramientas de combate. Generación que no sólo prescinde de limosnear dádivas sino que se dispone a exigir que el dinero de los pueblos se ponga bajo control obrero. No bajo control de burócratas, oportunistas o sectarios.
Contra el circo de hocicones que se auto-adoran como documentalistas mesiánicos emerge una generación documentalista de la clase trabajadora que, a su ritmo, reconoce su tarea de clase, sus responsabilidades metodológicas, sus conflictos supremos, su papel en la transformación de los lenguajes documentalistas y su obligación histórica ante todas las luchas de los trabajadores en todo el mundo. Documentalistas que no trabajan pensando para Festivales europeos, que no se arredran ante la realidad y que identifican con toda claridad los hechos y las canalladas que se ciernen contra los pueblos. Documentalistas de nuevo género que levantan ya la certeza de que el mejor del documentalismo que necesitamos está en camino. Ya lo veremos.
Documentalismo revolucionario expresión del conocimiento y la acción rebelde, exploración posibilidades e intervención inéditos. Documentalismo de una sociedad que lo necesita y lo produce ella misma sin intermediarios “doctos”. Documentalismo para la transformación consciente con la sensibilidad, la experiencia y las apuestas de sus autores que intentan hacer visible todo lo útil contra la dominación y todo lo útil para la construcción de un mundo nuevo sin explotación y sin miseria.
Ese documentalismo que ha servido a la burguesía morirá con ella. Agoniza ya y nadie debe comprar pescado podrido. Mientras tanto nace en la lucha documentalista revolucionaria una poesía nueva y un movimiento contemporáneo hacia el socialismo científico. Está en las mentes, en los métodos de trabajo y lucha, en la claridad vidente de lo que se hará visible con ayuda de los documentales, también. Documental nacido de la espontaneidad dialéctica, de una lucha que se expande y lo desborda todo rumbo a la supresión paulatina y definitiva del capitalismo: su lógica del control, su economía asesina, su propiedad privada, su ser y su esencia alienantes. Emerge un documentalismo cargado con imágenes beligerantes… la evidencia de la lucha mejor, el espíritu de combate a la vista de todos… promoción conciente del paradigma revolucionario en todas sus mejores formas. Poética de la mejor batalla emancipatoria que los trabajadores alientan a estas horas para liberarse definitivamente del capitalismo que los explota y asesina. Y todo eso se realiza a cielo abierto.

[1] Ángel Zapata “Ideas sobre la literatura”: http://www.voltairenet.org/article148358.html



martes, 11 de febrero de 2014


Bariloche: ¿Callarse es Negocio?
¡Cámara, acción y silencio!
Fernando Buen Abad Domínguez
Vi, en Bariloche, Argentina, gracias a Mari Fernández y Leonardo Jalil, amigos de la Radio Nacional, el documental “Pacto de Silencio” realizado por Carlos Echeverria en el año 2005. Obediente a su estatura temática y a su responsabilidad política, el documental es un logro semiótico de investigación, de relato y de imágenes para estremecer en nuestras cabezas y corazones lo que en la Historia de Argentina viene estremeciéndose, aun con algunas lentitudes, en la década reciente.
¿Fue -o es- Bariloche un nido nazi? No contaré aquí el final del documental. La respuesta es muy clara. Algunos ni idea tienen, pero pasó por sus narices el tufo fétido de la historia criminal del fascismo y no se percataron -o lo confundieron con perfumes de progreso burgués-. La ignorancia, la rutina y la abulia burguesa emborracharon a la moral pueblerina de Bariloche y la hundieron en un marasmo de complicidades y autocomplacencias en el que llegó a reinar, por sus fueros, una de las figuras más denotadas y connotadas en las huestes de Hitler. Y lo nombraron director de la escuela más “prestigiada”. Todo está documentado.
Muy a pesar de la voluntad de los nazis (y sus cómplices vernáculos) Bariloche “creció” y se conectó con el país y con el mundo. Dejó de ser un escondite perfecto y precioso. Se supo lo que muchos ocultaban y ocultan. Bariloche sedujo al mundo con la belleza furiosa de sus montañas, sus lagos y sus paisajes; Bariloche escapó, por ardides de su hermosura, al reducto de silencio y aislamiento que fue idóneo para los criminales nazis durante demasiado tiempo. Pero se supo todo. Hoy es una ciudad con 130 mil habitantes, aproximadamente, y es un paraíso de paisajes lacustres donde se escenifican las aberraciones más delirantes del capitalismo salvaje bajo el mismo modelo de ciudades secuestradas por las “industrias del turismo” depredador, las inmobiliarias más corrosivas y la hipocresía de clase consagrada en plazas públicas y templos. En Bariloche la plaza principal es una afrenta por la figura ecuestre de uno de los genocidas más terribles en la historia de Sudamérica: Julio Argentino Roca. Y en los vitrales de la catedral, escenas de la “campaña del desierto”. Pura didáctica “artística” del despojo y del exterminio.
En Bariloche los trabajadores, que cargan el peso de la “industria turística”, están arrinconados en los cerros. Es una especie de reclusión cosmopolita con los rostros y los acentos de la pobreza más diversa. Viven ahí custodiados por los métodos policíacos más típicos del fascismo, incluyendo el “gatillo fácil” contra los jóvenes de los barrios. Viven ahí donde reina un paisaje natural magnífico y un paisaje social infestado con desolación abandono, ninguneo y represión. A esos cerros la modernidad llega sólo por televisión o en armamentos represores. ¿No son lo mismo? En Bariloche duele la lucha de clases de una manera muy especial porque duele con frío diverso, con distancia, con abismos de inequidades y bajo los estragos de cenizas volcánicas… duele, y duele muchísimo, porque es un escenario de lucha ideológica dramático en el que vamos perdiendo batalla tras batalla. Silencio… porque de eso no se habla. Hasta que apareció el documental de Echeverría muchos de los temas ahí exhibidos, y denunciados, fueron temas de la impunidad costrosa. Una, de entre cientos de imágenes estremecedoras, exhibe a Erich Priebke despedido a besos por la policía antes de que se lo juzgara por, al menos, 300 asesinatos. Es un documental indispensable para profundizar mil debates.
Ahí se muestra, en su drama más devastador y desafiante, la guerra ideológica de todo el siglo XX y de lo que va del XXI. Ahí se muestra con toda su desnudez, y horror, el peso y el costo de la ideología nazi infiltrada en la tranquilidad y la modorra provinciana de familias y comerciantes celosos de sus familias y de su propiedad privada.  Mientras tanto depredan los recursos naturales y la mano de obra. Y todo bajo la dilección moral y pública de un nazi multi-premiado. Lo mismo que ocurre en muchos bancos, empresas, latifundios, iglesias y cadenas de televisión… es un magnífico documental insuficientemente divulgado y debatido. Echeverria es hoy director de la Radio Nacional de Bariloche. Tiene la oportunidad extraordinaria para ayudar derrotar todo vestigio de ideas nazis en su tierra y fuera de ella.
Bariloche es un lugar idóneo para un trabajo político de envergadura continental. Lo tiene todo. Ahí debieran fundarse mil escuelas de formación política avanzada en el rumbo de consolidar la independencia de nuestros pueblos y de formar científicamente los cuadros capaces de terminar para siempre con la ideología de la clase dominante. Ahí están los pueblos originarios, con el peso de su historia y con la afrenta escultórica que a diario les restriega la oligarquía en el rostro como moraleja criminal. Ahí está una clase trabajadora que en un mismo escenario ve cómo se privatiza el paisaje y cómo las empresas trasnacionales sueñan convertir en apartida todo lo que contratan. Ahí están los jóvenes, los abuelos, las mujeres y los niños del pueblo limosneando servidumbre para que el turista escurra propinas. Ahí está un gobierno cargado con deudas y todavía muy lejos del verdadero mandato popular.

El documental de Echeverría es una autopsia de la ideología Nazi en Argentina. Nos aporta un paisaje inmediato, concreto y horrible del que él mismo fue parte -y lo sigue siendo- hoy no como estudiante víctima sino como militante llamado a tomar lugar en la batalla de las ideas contra la opresión burguesa que jamás ha dejado de ser nazi. Cuando en todo el continente se denuncian brotes -y rebrotes- del nazi-fascismo; cuando la burguesía financia criminales, en todas partes, para descarrilar democracias e intentos de dignidad; cuando soplan vientos fétidos de neoliberalismo en “la Alianza del Pacífico”… el documental de Echeverría, filmado mayormente en Bariloche, tiende puentes histórico-políticos extraordinarios con la Cumbre de UNASUR más vigorosa que hemos visto, y que se realizó en Bariloche, para denunciar las bases militares norteamericanas en Colombia aprobadas por Uribe. Ninguna casualidad, es “el motor de la historia”, expresándose.

martes, 14 de enero de 2014


Empeorando
Breaking bad”: ¿El (narco) Show debe Continuar?
Fernando Buen Abad Domínguez
Rebelión/Universidad de la Filosofía
Un cáncer televisado que se vuelve negocio. Hace tiempo que las “series” de televisión yanquis (y no sólo) son escuelas ideológicas (falsa conciencia) y chatarra intelectual para las masas. Nada nuevo. Hace tiempo que la burguesía usa sus “medios” para exhibir impúdicamente todo género de aberraciones y para infiltrar valores (o anti-valores) convertidos en mercancías del morbo, muy rentables y muy premiadas por ellos mismos. De mal en peor.
Breaking Bad” es una de esas series televisivas “exitosa”, según los parámetros mercantiles de la industria televisiva, y es una serie muy jugosa por la carga ideológica que cocina. Su éxito deriva de una muy sofisticada cadena de producción que hace malabares con los miedos, con los estereotipos y con las monstruosidades del crimen organizado, ahora convertido en puntero del “rating”. Es un producto con sobresaliente calidad narrativa, y dotación técnica, al que debemos observarle la siempre presente bendición que le otorga la DEA para calmar la doble moral del espectador común (o del pueblo-público) consumidor adicto al espectáculo de su propia desgracia. “De acuerdo con reportes de la ONU, en Estados Unidos, Canadá y Europa se queda la mayor parte de las ganancias de la venta de droga en el mundo, que en el caso de la cocaína representa 70% de los 72 mil millones de dólares traficados al año.”[1] Más los “daños colaterales”.
Breaking Bad” viene a contarnos, involuntariamente, lo que le sucede al capitalismo en su totalidad y nos lo cuenta de la manera en que a la burguesía le encanta contar esas “cosas” que , principalmente, consiste en culpar de todos sus males a las “periferias” sociales: a los inadaptados; a los “losers”; a los inferiores y a los “latinos”. “Periferias” que son, a los ojos del “buen burgués”, nido de lacras que afean el paisaje con sus “disfunciones” y con su primitivismo intelectual, sexual, alimentario y laboral. La escoria misma. Y mientras la serie cuenta su “historia” narcótica, avanza como ofensiva ideológica discriminatoria, criminalizante y estigmatizante. La lucha de clases en acción televisada.
En el imaginario de “Breakin Bad” sólo los agentes de la DEA son “los honestos”. ( En cerca de 60 horas de tele ni una palabra sobre las tropelías criminales de la DEA en Bolivia, Ecuador, Venezuela…México) Aparecen como el alma pura de la sociedad yanqui (la misma que financia y aplaude las guerras y crímenes globales) pero que, para los fines televisivos, sufre la maldición de tener que vigilar y combatir a esos bárbaros que arriman a sus tierras el menú más completo de narco-tentaciones con trafico de armas, trafico de personas y tráfico de órganos. Todo en un escenario cuidadosamente mexicanizado o latino-americanizado condimentado con dólares a mansalva. Galería con fetiches del simplismo y del maniqueísmo. Mientras tanto, la realidad no recibe premios: “Más de 121 mil muertos, el saldo de la narcoguerra[2]
Era de esperarse que una serie de televisión cuya audacia es mostrar, farandulizada, parte de las entrañas y la descomposición política del imperio, convirtiera en audacia su cinismo. No se priva de frases gruesas como “te obligan a lamerle el culo al patrón”, dicho por uno de los protagonistas que se queja ante los pagos exiguos (un millón y medio de dólares) como cocinero de metanfetaminas. No se priva de exhibir la desprotección médica de las personas obligadas a “cualquier cosa” para pagar un tratamiento. No se priva de pasearse por los pasillos de las ambigüedades y la corrupción de todas las jaurías que acechan a los latinos y a los “perdedores” incapaces de subirse al “american way of life” tentados por los vicios, las blandenguerías psicológicas y la promiscuidad de clases. El capitalismo al desnudo. En fin, “Breaking Bad” es un lavado de cara al sistema, uno más, esta vez con sabores amargos y sangrientos pensados para la hora de la cena y en hi definition. Dosis de violencia mediática antes de ir a la cama.
Se venden la “temporadas” completas o fragmentadas en las tiendas más ad hoc o en los palacios del pirateo. Dicen que es la “serie más exitosa de toda la historia” que ha roto récords, que acumula premios de todo tipo, que es ya un fenómeno televisivo mundial. Y mientras más se la publicita más de afianzan sus aberraciones temáticas. ¿Comprenderán los “teleespectadores” en México, en Guatemala, en Honduras, en Colombia, en Argentina… por qué los yanquis abordan estos temas desgarradores, para entretenerse, mientras a nuestros pueblos nos cuesta sangre, desgarramiento y huellas psicosociales irreparables? ¿Hay algún mensaje “edificante” o algún arrepentimiento, salido de la moral yanqui, para denunciar, de verdad, la red compleja de crímenes paridos por el capitalismo presentados como narco-espectáculo? ¿Forma opinión, cuál… forma modelos, cuáles? No hace falta ver toda la serie. Paraíso de la degradación, el envilecimiento, la decadencia y la corrupción. Radiografía de un sistema que expresa sus metástasis en la vida cotidiana y hace negocios con eso.
Breaking Bad” es un retrato cínico del imperio que sabe producir maquinas de guerra ideológica con gran manufactura artística y tecnológica. Eso no le quita lo perverso. Aunque muestra “descarnadamente”, ante sus cámaras, los submundos del sistema en decadencia, eso no implica una crítica. Con la dosis descomunal de ambigüedades que la serie maneja, de hace difícil decidir si se trata de una apología del delito o de una moraleja audiovisual para la resignación. La serie toda parece decir, empeorando, que la cosa es así, que “la ley del más fuerte” es la que manda y que, también, se llega a ser más fuerte si se es más cruel y más ambicioso. No disfrutaremos este pastel de carne humana como si fuese un logro estético. No importa cuántas escenas de ternura intercalen, no importan los silogismos de la obediencia debida a la “supervivencia” que encadenen, no importan los premios ni su fama. Se trata de una serie televisiva más que, directa e indirectamente, nos señala dónde está el poder y dónde está el dinero para estimular, a balazos, el tráfico de cualquier cosa que satisfaga la voracidad del capitalismo, el más demencial comprador y consumidor de drogas, violencia y vidas humanas que la humanidad ha padecido.  Y lo pasan por la tele, impunemente.

viernes, 3 de enero de 2014


¿Cómo se “educan” los directores de cine?
Estulticias de película
Fernando Buen Abad Domínguez
Rebelión/Universidad de la Filosofía

“…Ahora, sin embargo, sería imposible imaginar nuestra vida cultural sin el cine”. León Trotsky
También el desarrollo de los “directores de cine” es desigual y combinado. Hay de todo pero no reina lo mejor. La base dura y cruda, donde se transparenta lo que piensa y hace la mayoría, es la “industria” cinematográfica burguesa, sus intereses mercantiles, sus prioridades ideológicas y sus vanidades nauseabundas.
En general los “directores de cine” son unos mercenarios ideológicos dedicados en formar opiniones y gustos con respuesta mercantil rápida. Se han vuelto corredores de inversiones y usinas de glamour rentable que, en simultáneo, consolidan latifundios cuyo poder se expresa más en la capacidad de controlar mercados que en la habilidad para producir arte burgués. Sin que lo descuiden. Los hay muy destacados.
Algunos de esos “directores de cine” han sido formados por el empirismo más descarnado. La escuela de la “práctica” dicen. A fuerza de recorrer todos los rincones de la industria, algunos creen que han ganado el derecho a ser el que “dirige”. Una especie de moral de latifundista que sostiene la idea de que “los grandes genios se forman desde abajo”. Y con ese ilusionismo en píldoras embaucan a incautos que pasan su vida entera en los sótanos de la industria y jamás vieron, ni verán, cómo se llega a las “cumbres”. Maneras tiene el capitalismo de hacer invisible la lucha de clases. “Mas, por el momento, podemos dormir tranquilos, pues la luz cinematográfica está convenientemente dosificada y encadenada.” Luis Buñuel.
Otros más, salen de las aulas universitarias (sucedáneos y conexos) donde se han sistematizado, unas más y otras menos, algunas verdades del negocio cinematográfico. ¿Qué le gusta al público? ¿Qué vende más? ¿Cuántos nombres famosos garantizan la inversión y su recuperación? ¿Qué disfraza mejor la realidad? ¿Qué pude ser mostrado sin que deje de ser negocio? … ¿Cómo se fabrica el glamour de las baratijas ideológicas narradas en filmes estereotipados… cuánto debe ponerse de trompadas, desnudos, vulgaridades y acción? y, principalmente, ¿Cómo se gana la confianza de los inversionistas y qué ganancias aseguran esa confianza? Un poquito de ingenio, no poca creatividad y mucho trabajo esmerado al servicio de la mercancía fílmica. Localidades agotadas.
Cada “director de cine” tiene responsabilidades según sea el desarrollo de la industria, su momento histórico y sus ambiciones (sin contar cómo se laven dólares, cómo se eludan impuestos y cómo se esclavice a los trabajadores que no son del “star system”) A cambio de mantener sanas su finanzas, la industria tolera ciertas audacias, inteligencia, irreverencias y “críticas”. Nada que no sea digerible con una buena chequera y contratos para películas nuevas. Una red de estudios fílmicos, distribuidoras, salas de proyección y negociados colaterales… aguarda permanentemente las “novedades” con qué seducir a las masas para que llenen las salas y coman la chatarra corporativa fríamente preparada para un modelo de consumo que “entra por los ojos”. No pocas veces toda esa red de parásitos descansa sobre los hombros del “director de cine” cuya riqueza mítica suele depender de la riqueza que reparte entre sus zánganos. Y para eso “estudian”.
La industria cinematográfica burguesa ha sido capaz de exhibirse a sí misma con toda impudicia, mostrar sus miserias y sus perversiones confiada en el pulso cirujano de sus directores que, siempre con la mira en las ganancias, son capaces de contemplar sin transformar. Arte de mercenarios que, obedientes al mejor postor, son capaces de convertir en “show business” cualquier tragedia humana y, después de cobrar ganancias, recibir premios a granel. No importa el espesor ni el calibre del ilusionismo con que se vende la imagen de los “directores de cine” son responsables de operar armas de guerra ideológica en plena lucha de clases y sus objetivos no pueden esconderse bajo ninguna estratagema del glamour farandulero.  
Para fortuna, también hay “directores de cine” que dirigen su práctica y su obra con dirección emancipadora. Hacen visible la crisis de dirección revolucionaria que padece la humanidad y buscan respuestas que además de ser revolucionarias son cinematográficas. Son la minoría pero la cantidad no opaca su calidad. Su dirección no es una pataleta esteticista de mercado sino un programa emancipatorio que se libra en la economía tanto como en la ideología y en la estética. Su meta no es el snobismo sino el triunfo revolucionario de hacer visibles todas las muertes y las bajezas que el capitalismo esconde bajo la alfombra de la “realidad”, y además, hacer visibles los caminos para derrotar al capitalismo, definitivamente. Su meta es ser ayudante del sepulturero que ya cava la fosa histórica de esta etapa monstruosa que ha esclavizado a los seres humanos.
Por fortuna, hay “directores de cine” investigadores del nuevo relato cinematográfico, “diratores” comprometidos con hacer visibles no solamente los estragos infernales del capitalismo contra los seres humanos, y contra el planeta, sino también mostrar a los que luchan y cómo se produce la riqueza simbólica nueva de la revolución permanente. Directores comprometidos con desarrollar la dialéctica forma-contenido en la sintaxis audiovisual nueva para el relato nuevo que la revolución requiere. Directores que  no son serviles al modelo burgués de producción de imágenes y que entienden que la riqueza del cine ha sido secuestrada por mafias exhibicionistas que no dejan ver el nacimiento de una mejor etapa de la humanidad que será nueva porque será hija de la Revolución Permanente y porque será Socialista. Nada más y nada menos.    

  

     NETFLIX:  LA ANTIPOLÍTICA COMO ENTRETENIMIENTO.                 FERNANDO BUEN ABAD DOMÍNGUEZ          Ya hoy es virtualmente inabarcabl...