La
Cámara no es la Mirada
Imagen, luego existo.
Fernando Buen Abad Domínguez
Rebelión/Universidad de la Filosofía
Perogrulladas al margen, hay momentos en que viene
bien recordar que los modos con que las “cámaras” muestran al mundo, son
decisiones y recortes planificados por alguien que, desde su modo de ver, desde
sus intereses o sus limitaciones, quiere que veamos. El mundo está infestado
por cámaras que sirven a finalidades múltiples. Cámaras de televisión, de cine,
de fotografía, de vigilancia, de espionaje… cámaras en estudios de filmación,
en “cajeros automáticos”, en avenidas, en corbatas, en lápices… cámaras para el
espectáculo y para el control. La realidad recortada por el marco de una cámara.
Casi no existe actividad, individual o colectiva,
donde las cámaras no estén presentes. Se ha consolidado una cultura de las
cámaras, una especie de plagapor su presencia y por lo que “muestran”, que
sistemáticamente impone una manera del conocimiento determinada por el
“encuadre”, el movimiento, la profundidad, la nitidez o la quietud de una toma
de camarógrafo o fotógrafo. Es una dictadura del modo de ver, una imposición
que somete a la mirada a un modo de ver, de pensar y decidir qué debe hacerse
visible, cómo debe verse y con qué determinaciones de mercado, de clase o de
vigilancia. El poder controlando a los ojos.
La mirada, emancipada de las cámaras y de sus
“encuadres”, se comporta muy distinto a cómo se comporta cuando contempla a la
realidad. Mirar es más ancho, más hondo, más colorido y más directo. Más
táctil. Es una experiencia que no necesita intermediarios ni segmentaciones.
Mirar es un proceso del conocimiento, de la sobrevivencia, del desarrollo mismo
de los individuos y del conjunto de sus relaciones sociales. Es una función
fisiológica y es mucho más. Se mira en panorámico y en detalle en una red de
funciones complejas que interactúan entre lo objetivo y lo subjetivo.
Esto implica, entre mil cosas, el desarrollo
necesario de una ética de la mirada, es decir, fincar la investigación
científica sobre el comportamiento de quienes recortan y exhiben los fragmentos
de la realidad que eligen y fincar responsabilidades por ello. Exponer lo que
la cámara ve no es una dádiva, no es un regalo de la filantropía ni un regalo
de los cielos. Salvo casos excepcionales una cámara no registra por sí misma
nada de lo que muestra. Se requiere que alguien la maneje, la instale y
determine el campo visual que le conviene. Y detrás de cada campo visual
elegido con sus “encuadres” y sus “registros” quien toma de la realidad
fragmentos asume una responsabilidad que no es inocente, que es siempre
ideológica, que tiene carga ética y estética. Y el problema se multiplica según
se multiplican los millones de cámaras que se encienden de noche y de día para
constituir un universo fragmentado con “encuadres” visuales. Punto especial
merece, al menos una mención, sobre la manipulación descarada de “tomas” para
que se vean o se invisibilicen las protestas sociales y la situación objetiva
de las batallas territoriales.
El alfabeto visual de los “close up” (primeros
planos) o las tomas panorámicas con todos sus intermedios y gradaciones, es el
alfabeto de un discurso de la imagen que nada tiene de inocente y nada tiene de
inocuo. Es el desarrollo de una forma tecnificada de intervenir sobre la
realidad y sobre las conciencias no sólo con el poder de la fragmentación sino
con el poder de la articulación de fragmentos haciéndolos pasar como el todo. Y
eso con frecuencia s parece o se confunde con la mentira. Nada nuevo hasta
aquí.
La fase más peligrosa, por la reducción de la
mirada a lo visible en una “toma”, es la hipótesis alienante de soñar con
enceguecer a los pueblos si se apagan las cámaras. Es la moraleja subterránea
que grita, a los cuatro vientos, que sólo existes cuando alguien te hace
visible, cuando te encuadra y cuando te separa de la realidad con el recorte de
una cámara. ¿Es una exageración? Es el colmo.
También es bueno explicar que no se trata aquí de
alentar negaciones, odios ni venganzas contra el desarrollo tecnológico de
instrumentos para registro visual. Imposible negar el aporte que ha significado
para la ciencia, para las artes, para la política y para educación (por
ejemplo). Imposible invisibilizar la contribución que el conocimiento humano ha
recibido por el despliegue de cámaras en los terrenos donde nadie o muy pocos
llegan, en lo terrestre y lo extra-terrestre.
Lo que habría que someter a debate filosófico,
ético, epistemológico y político es esa forma del uso que ha hecho de las
cámaras, voluntaria o involuntariamente, una fuente del conocimiento, una
didáctica de la realidad, una puente de interacción con recortes que jamás se
comportarán como un rompecabezas, que jamás logarán sustituir al todo ni por la
dialéctica de un conjunto de interrelaciones que no pueden ser satisfechas sólo
con los registros fragmentarios a los que está condenada por definición una
cámara. Y es que lo único capaz de completar el paisaje es la inteligencia
humana que, por ser social, universaliza y sintetiza su relación con la materia
concreta y sus experiencias transformadoras. Eso no está al alcance de cámara
alguna. Y menos mal.
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