Películas de Terror
El miedo es un negocio (también)
Fernando Buen Abad Domínguez
Detrás de cada “Película de Terror” hay un
guionista (o varios), hay técnicos, maquillistas, iluminadores, especialistas
en “efectos especiales”… y, sobre todo, hay un presupuesto, dinero, cálculos
comerciales y propósitos de recaudación... una industria. Es preciso recordar
que se trata de un negocio para comerciar con miedo farandulizado, hasta el
hartazgo, por obra y gracia de maniobras burguesas cada vez más estereotipadas
y tecnificadas. ¡Que miedo!.
La cosa es simple. Uno o varios comerciantes
cinematográficos, basados en sus intuiciones geniales y comerciales, aprovechan
que tenemos debilidades o temores y que, con una ayuda, pueden descontrolarse y
llevarnos al espanto. Eso, si se exhibe en salas públicas, con publicidad
fuerte (hasta en un 70% del presupuesto) y mediana verosimilitud, se convierte
en un placer voyeurista del que alguien saca provecho bancario. Y nada importa
qué tan cerca del ridículo pase la historia si conecta con alguna fobia, o con
una fijación o inseguridad de complejidad diversa. Todo, si asusta, es
susceptible de ser manoseado ni importa que sean jeringas, sombras de árboles,
insectos, reptiles, muñecos, pájaros, niñas adultas, ancianitas infantiles,
marcianos, terrícolas o seres que nunca vimos ni vemos. Unos cuantos violines
angustiosos, una especie de Halloween omnipresente e interminable, clichés a
mansalva y gritos sorpresa… ¿qué nos falta?
De las cabezas de los comerciantes
cinematográficos, y de sus intereses ideológicos, supura una enorme lista de
atrocidades que llevadas a la pantalla, han desplegado repertorios de maldad
que no es sólo fílmica sino sistémica… o dicho de otro modo, del capitalismo y
su “literatura” de ficción. Y es tan amplio ese repertorio, es tan compleja su
densidad simbólica y es, paradójicamente tan simple, que de esa dicotomía se
desprende el más transparente de los retratos de la ideología de la clase
dominante. El “más allá” y el más acá de la burguesía se pone a la vista de
todos para darnos miedo mientras lo financiamos en masa. De terror.
En su parte más perversa ese “placer”
cinematográfico sangriento, metafísico, extra-terrestre o de cualquier manera
combinada y exagerada, se fija como parámetro que ha ido recorriendo sus
fronteras al ritmo de la inventiva perversa de los fabricantes de películas. No
hay límites. Se trata de ganar el mercado y de recaudar, a cualquier precio,
fortunas ingentes sin importar los residuos perversos que se dejan sobre los
pueblos, es decir en sus cabezas, tras cada temporada de “cine de terror” en
todos sus medios y sentidos, capitalistas.
Lo fácil, para algunos, es apelar al reduccionismo
snob que se deleita con poses, publicaciones, series televisivas o palabrería
culterana adorando, de manera atomizada, la creatividad o la obra fílmica de
uno o varios payasos de moda que hacen del terror la marca indeleble en sus
negocios. Hay especialistas en el “genero” cinematográfico y su especialidad
como fabricantes, como críticos, como investigadores o como publicistas,
despliega una variedad inagotable de episodios horrendos… en verdad horrendos.
Es la ideología de la clase dominante y nada de esa industria del terror es
ingenuo ni inofensivo. Lo saben los laboratorios de guerra psicológica contra
los pueblos.
Ese negocio se expande y se inocula, en cuanto
medio ve a la mano, para asentar sus efectos en los públicos más diversos y en
las circunstancias más inopinadas. Sólo en su versión de “videojuegos”, la
industria del terror maneja ganancias por cientos de millones de dólares en
cada una de sus aventuras. “Resident Evil” es uno de los “juegos de horror” más
exitosos. Ahora dicen que “The Conjuring”, basada en una “historia real”, en la
que fueron invertidos 20 millones, recaudó ya, en sólo un par de semanas, 100
millones de dólares de las taquillas yanquis “y recibió buenas críticas de la
prensa”, pagada por los productores, claro.
El verdadero argumento de la mega historia
aterrorizante que nos inoculan, impúdica e impunemente, bien pudiera decir: Una
fuerza maligna se apodera de los habitantes de varias ciudades, todos en
horarios similares y con motivos que desconocen, se ven impelidos a vaciar sus
bolsillos a la entrada de los cines. Dejan el producto de su trabajo en manos
de unos comerciantes de imágenes que ha logrado hipnotizar a las masas
obligándolas a disfrutar sus peores miedos y a llevarse a casa, y para siempre,
las imágenes más terribles que, tarde o temprano, servirán para anestesiar sus
cerebros cuando, en la vida real, aparezcan horrores similares (o peores) a los
que ya han visto en los cines y a raudales. Esa es la gran película de terror
que está escribiéndose a diario en cines, televisoras, videojuegos… libros,
páginas Web y mensajes por telefonía celular. Eso asusta.
No se trata de un “entretenimiento” ingenuo, el
“Cine de Terror” nos pone “los pelos de punta”. Algunos estudios dicen, sin
lograr que las cifras en verdad nos impacten y asusten, que un niño o niña
promedio en nivel de educación primaria, ha visto, por uno u otro medio, al
menos ocho mil asesinatos y alrededor de cien mil actos de violencia de género
diverso. Cuando ese niño o niña se ha vuelto adulto, las cifras se hacen
monstruosas y empeora el problema si se ha convertido adicto audiovisual a sus
miedos y a los de otros. El placer por las historias de terror, estudiado de
mil maneras por especialistas diversos, no es ajeno a la lucha de clases ni en
su contenido, ni en su producción, ni en sus resultados. Incluso cuando se
trata del juego ingenuo de contarse historias de espantos en las reuniones
familiares o cuando se trata de maldades cándidas que asustan a los parientes y
a los amigos. El miedo es cosa seria y el que se dispone a imponerlo a otros,
debe cargar el monto de responsabilidad que le quepa, ya lo haga por, “arte”,
por chiste o por lucro. ¿Eso asusta?
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